sábado, 16 de enero de 2010

El pirata explorador

Para empezar las publicaciones de El Estudiante, colgaré el primer relato que escribí en Tuenti El pirata explorador. Muchos ya lo habréis leido, pero en fin, por iniciar la tradición. Haced uso de los comentarios.




El pirata, con su talante impasible, se enfrentaba a la violenta mar que intentaba por todos los medios echar abajo su empresa, con el apoyo de vientos amenazadores y tormentas agresivas causadas por el Dios del azar, que siempre habían encontrado alguna forma de brindarnos a la postre de sus efectos, las consecuencias tan conocidas por la infelicidad que provocaban. La realidad es cruda.

Sin embargo, el aventurero confiaba ciegamente en su nave, robada a grandes señores con la finalidad de descubrir nuevos paisajes, otras formas de pensar, otras formas de ser, para así enriquecerse con el mayor tesoro que se puede tener: el conocimiento. La contemplación de lo desconocido.

Consigo llevaba su tropa: decenas y más decenas de fieles, que como él, buscaban encontrar la felicidad en el incierto desenlace que los había llevado a abandonar familias, amigos, conocidos y prometidas.

Los días pasaban, y las tormentas saludaban a los tripulantes de la embarcación con tanta frecuencia, que hasta los torbellinos recibieron nombres femeninos, en señal de burla que hacía el capitán de la nave a aquellos fenómenos naturales que ya se conocía el pirata como el temperamento de sus rivales de toda la vida, que también había dejado atrás.

- ¿Habremos atravesado el borde de la cordura para habernos atrevido a aventurarnos en tan traicionera jornada? - se preguntaba ya, tras semanas de navegación, uno de los compañeros de copas nocturnas del camarero del pequeño bar que habían conseguido instalar con un poco de maña los aventureros.

Su interlocutor, escuchaba aquellas cavilaciones mientras se concentraba en quitar de aquellos vasos, antes llenos de ron, los restos de saliva y barba que los clientes, tras unas cuantas rondas de más, habían dejado inconscientemente en los bordes de aquellos recipientes de cristal. La atención que prestaba a dicha acción era
tal, que los gritos y carcajadas que soltaban los ebrios piratas a unos cuantos metros de la barra se convertían en murmuros semejantes a chillidos ensordecidos por un buen volumen de algodón.

El camarero se fijaba, hipnotizado, en la forma que hacía mover el vaso con una manos
mientras que con la otra presionaba el paño con el que secaba y sacaba brillo al cristal
recién lavado. Ese ruido, el ruido del roce de la tela con el cristal húmedo era lo que había hecho a aquel soñador soportar las horas y horas de tediosa rutina que le eran exigidas debido al papel que hacía en aquel pequeño ejército. Se repetía a sí mismo una y otra vez en voz baja: "confío en el Capitán, la felicidad está en el horizonte. Encontraremos el paraíso, la tierra de los distintos" Las tormentas, que se venían a tomar el café con la tripulación, hasta le resultaron entretenidas y graciosas.

- Ahí viene María. - declaraba en tono irónico la venida de su actriz favorita - ¡Capitán, ha venido Estelisse a decir bonjour! - avisaba el camarero con la ilusión que ya preocupaba a algunos de la tripulación, aunque muchos no podían señalar a nadie.
Y así transcurrían los días en la nave. Días, semanas... meses.

La primera reflexión de la que fuimos testigos de aquel cliente del bar de la nave, que se preguntaba el porqué de todo, empezaba a nublar los sueños de todos los
hombres. Hasta que se dieron cuenta de que casi lograban distinguir realidad de imaginación.

¿Qué sentido tenía ya todo? Sin brújulas, sin mapas, sin ningún sentido de la orientación...

Había momentos que en el barco, no se inmutaban ni las gaviotas que se posaban en lo alto del mástil. Asolutamente todos, como estatuas, contemplaban cómo se acercaban al horizonte de forma asintótica, aquél sol poniente, si llegar a rozarlo siquiera. Otro día sin conclusiones. ¿Qué sentido tenía ya todo?

Otra vez el Dios del azar movía sus zarpas en un baile maquiavélico que enfureció a las olas con tanta intensidad que todas las chicas quisieron hacer acto de presencia para presumir del talento que hacían gala: María, Estelisse, Carmela, Juana... Todas las amantes, con las que los marineros habían compartido noches y noches intensas, estaban ahí para convencer a los piratas de que se dejasen caer en la fluida cuna que bajo la nave les invitaba a tomarse su descanso merecido. El descanso de aquella monótona realidad que los había llevado a más de uno a tomarse el somnífero definitivo, riéndose a carcajadas sueltas de los que aún permanecían en aquella cruda verdad, exhalando el soñador, porciones esféricas de esperanzas perdidas.

La mayoría de las chicas habían seducido a los tripulantes. Pero había alguien que se les resistía: el Capitán.

- ¡Insensatos! ¿Qué ha sido de nuestro sueño? ¿Por qué ahora sucumbís al refugio de las nubes después de tantas horas compartiendo proyectos de glorificante felicidad? ¡Insensatos! - recriminaba por última vez aquél valiente antes de desvanecerse entre las barras de madera que lo sostenía e impedían que se juntase a la orgía infernal de la que ahora disfrutaban sus compañeros en la eternidad oculta tras la puerta, cuyo cerrojo se abre con la lámina de una hoz.

****BIENVENIDO****

Una y otra vez. El pirata atravesaba aquél pasillo tapizado con los cráneos de con quién había compartido el ajetreo de las cartas, el sabor del ron, y la ilusión que les había plantado aquellas prometidas, en el muelle de aquél puerto de villanos con el último beso.

En las dos paredes que le privaban de libertad locomotora, incluso en el techo que le eliminaba el placer de la contemplación de las nubes, estaban colgados los cuadros que habrían sido pintados, si entre los tripulantes hubiera habido un pintor. Un pintor... ¡Cómo no se le ocurrió!

Los ojos del capitán habían cobrado una tonalidad grisácea, y habían perdido su brillo, como el cristal traslúcido del que presumían las mansiones de los grandes nobles.

¿Estaba muerto? ¿Le habían drogado los ciclones del azar con la pócima del sueño infinito?

El Capitán seguía en su interminable progreso por el pasillo de los recuerdos. Cabizbajo: no soportaba mirar a los cuadros, pero buscaba en aquellas estructuras óseas alguna respuesta para sus apelaciones, por mínima que fuese.

Sobre su frente, sintió el cálido tácto de lo inmaterial: la luz. Ante él, bailaba una esfera luminosa que indicaba, al parecer, la salida de aquél tormento.

¿Estarían sus compañeros al otro lado de aquél portal?

Cojeando cada vez más deprisa, el pirata no se lo pensó dos veces y se lanzó sobre aquél objeto milagroso, de brazos abiertos, con la intención de abrazar la felicidad que había sentido todos estos meses en los momentos de diversión que tuvieron lugar sobre la nave. ¿Seguiría aquél barco tambien tras aquél pasaje?

****HASTA PRONTO****

Arena. El sabor salado de la arena y su tacto crujiente e irritante circulaba entre los dientes del marinero. Alzó la vista y no se lo pudo creer. Antes de levantar totalmente la cabeza escupió aquél terreno que se había penetrado por su boca. Miró al cielo, y pensó que aquella bola que había abrazado estaba en lo alto, entre las nubes, dando al pirata la bienvenida al añorado desconocido. Ante él, el panorama era glorificante.

Estaba todo allí. Invitándole a adentrarse en el paraíso de los piratas. Estuvo a punto de correr ilusionado (le volvió el brillo a los ojos) al bosque sagrado que se presentaba ante sus narices. Pero de pronto recordó aquella frase, y la recitó en bajo:

"Confío en el Capitán, la felicidad está en el horizonte. Encontraremos el paraíso, la tierra de los distintos"

El reflejo del paisaje que se observaba en las pupilas del pirata de pronto se volvió un retrato estático y difuminado, como si alguien hubiese pasado por un cuadro recién pintado un paño sucio manchado de ron.

De qué servía todo aquello era la pregunta que rondaba por su cabeza. Había logrado su sueño: alcanzar el paraíso. Pero volvió a pensar en aquella frase:

"Encontraremos el paraíso..."

"Encontraremos". Aquél verbo provocó de repente un dolor punzante en el corazón del navegante. ¿Con quién compartiría el sabor de los frutos que allí había, el cálido tacto del agua de los lagos que aquél sitio albergaba, la luz de las estrellas por la noche al lado de una hoguera que con la ayuda de alguien tenía que construir?

¿Qué sentido tenía ya todo?

El pirata sabía lo que tenía que hacer: se cogió un palo con el que apoyarse y se prometió experimentar en un paseo todas las maravillas que regalaba aquél lugar a los más valientes aventureros. Pasaría un día inolvidable.

Y luego, se iría a la cama.

La cuna estaba al alcance de todos.

2 comentarios:

  1. Comentario del anterior blog:

    "Yuri, nadie es quién para decirte cómo debes o no debes escribir, eso ténlo en cuenta, sólo si recibes clases te podrán guiar. Como bien me dijiste el otro día, la ambientación de tu relato es azúcar con miel. La recomendación que yo te daría para mejorar esta mezcla, sería que le ehcaras un poco de ron, (fuerza, determinación, rebeldía) ahora bien, sin emborrachárte.
    La finalidad por la que has decidido fundar este blog es mejorar la calidad de tu redacción, y poco a poco lo irás haciendo. Y poco a poco irás descubriendo que nadie escribe igual, ese será el momento de coger tu estilo. Pero tranquilo, todos los escritores siempre han tenido su comienzo, desde Homero a Rimbaud, y esto lo ejemplificas muy bien en tu relato: sin brújulas, ni mapas, una vez que te encuentres en mitad del océano de la ilusión, lánzate a la aventura. De todos los "Yo" que emprenderán la búsqueda, sólo uno llegará, tú, el capitán, al mundo de los sueños. Por cierto, tienes símbolos excelentes.

    Dentro de poco, espero que antes de Febrero, terminaré un manifiesto artístico con guiños filosóficos. Te lo daré en mano. Espero que te dé ideas. Fíjate igualmente, que depende de cómo te quieras dirigir al lector, tendrás que elegir tonos diferentes, igual que cuando hablas. Eso se llama retórica. No pienses que la retórica, por haber sido utilizada por los sifistas es mala (chillón no tiene ni idea) para ser un buen escritor no sólo tendrás que hacerte creer, sino que tú tendrás que creerte lo que escribes, así que una buena retórica engrandecerá tu discurso.

    Mucha suerte, un abrazo.

    Martín Dellaire.

    Escrito por Martín Dellaire 20/01/2010 22:06"

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  2. Comentario del anterior blog:

    "Hey Martín Dellaire (o sea, Albe xD). Es un gusto tenerte en el blog y que hayas hecho un comentario tan generoso. Sabes que me encanta trabajar contrigo y que me tengas en cuenta para leer tu manifiesto artístico. Es como si J. K. Rowling pasase el boceto del último libro de Harry Potter a un amigo suyo.

    No es que me guste mi estilo (de hecho me parece super empalagoso), pero es lo que me sale de adentro (o sea que en el fondo soy yo el empalagoso xD) Tendré en cuenta lo que me has dicho.

    Y sí, también estoy de acuerdo respecto a la retórica. Uno puede decir una gilipollez y quedar como Dios dependiendo de cómo lo haga. La retórica es ambigua. Puede ser buena o mala, además, según creo yo, no hay forma de evitarla. En mi opinión, el subjetivismo del hombre le atrapa en las redes de la retórica, sin poder hacer otra cosa. Es imposible ser objetivo del todo (lo dice hasta Chillón con su tesis doctoral).

    Además, y ahora me biene el tono "rebelde": Hay que vender la moto, porque en la vida no cuenta lo que eres sino lo que pareces, y el que no sepa como manejar eso, ¡se va a la mierda!

    Escrito por yurifoi 20/01/2010 22:19"

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