jueves, 11 de febrero de 2010

¡Así se choca!


Mirad. Este es un ejemplo del tráfico que existe en Angola según mi hermano mayor (el de la foto) que trabajaba allí. Dice que se encuentra de esos coches a cada dos por tres. Que la gente mientras conduce bebe y tira la botella por la ventana (¡ojo, botellas de cristal!) en plena ciudad, los peatones cruzan la calle como si del juego de la rana se tratara (aquél en el que esquivas a los coches), que van en contra-mano cuando pueden, ¡y que para ir seguro allí tienes que ser todo un ninja!"¿Qué hace en un país así?", os preguntaréis. La respuesta es obvia: DINERO. No hay otro motivo que justifique el trabajar en un país tan caótico (y digo eso siendo brasileño), dejando a la familia en el otro lado del charco, sabiendo que tarde o temprano puedes pasar al otro barrio.

Pasas tres meses fuera, ves a tu gente durante unos 15 días, ¡y otra vez a currar! Pero la verdad es que en esos tipos de encargos pagan muy bien, y gracias a ello mi hermano tiene la Xbox y un Mac entre muchas otras cosas que no voy a citar (y que pienso heredar, juju) para no alargar la entrada.

Angola es un país que viene de la guerra, aunque a veces me da la impresión de que es como la canción de Fito y Fitipaldis "Viene y Va", porque después de lo del fútbol, las cosas pintan muy mal. Es por eso por lo que mi hermano se ha vuelto para siempre: no vale la pena sacrificarse por el dinero. Pero según me contaba él, las condiciones allí son deplorables. Me decía que se ve gente mendigando, haciendo sus "necesidades" por la calle (sí, ESO), peleándose por cualquier tontería y descalzos, mientras por la carretara ves a BMWs, Mercedes y otros coches que muchos de nosotros (no todos) soñamos con poseer. Un contraste estúpido.

Mi hermano trabajaba como Jefe de Seguridad de Obra, es decir, se aseguraba de que ningún ladrillo se llevase el alma de nadie. ¡Pero en Angola eso era un trabajo de negros (nunca mejor dicho)! Allí la gente no tiene mucho proyecto de futuro, no encuentran el gusto por el trabajo, viven por vivir... Son como unos indígenas que ajenos a la evolución de nuestra sociedad son obligados a someterse a nuestras leyes y no las entienden. Las obras son muy peligrosas de debido a la ignorancia. Como ejemplo, me contó que una vez, encontró a unos trabajadores excavando un agujero, pero con las botas de trabajo esperando fuera. Mi hermano no lo entendió, y ya cabreado (tiene mucho temperamento, perfecto para su oficio xD) les preguntó:

- "¿Por qué c**** no llevais puestas las botas de seguridad?"
Uno de los excavadores, ingenuo, con mirada de inocencia, le contestó:

- "Es para que no se ensucien, jefe"

No hace falta contar como siguió el relato. Pero esa no fue la única vez, también hay casos de gente durmiendo en la pala de una excavadora, y otras cosas absurdas que no se pueden tolerar en una obra. Pero lo peor no es eso. A cada dos por tres mi hermano se encuentra con una bomba enterrada durante las obras. Una vez, una explotó a tres metros de él (se cagó entero). Se paran las obras y hay que arreglar el asunto. Cuando supo que desactivaban las minas tocándolas con un palo de madera (ya veis que locura) obligó a llamar al ejército siempre a partir de entonces.

Eso es lo que causa la guerra: cuando le quitas todo a un país, que ni siquiera tuvo tiempo de crecer (pobre Haití, lo que le espera...), todo se vuelve una jungla y todos quedan a merced del mayor postor. En Angola estoy seguro de que debido a la facilidad de control de la gente la corrupción va a aflorar y mucho. Solo los que puedan disponer de una buena cultura podrán ser críticos con su país, aunque creo que muchos se verán tentados a hacerse amigos de los "poderosos". A mí me da mucha pena porque gran parte de la cultura brasileña (como la samba) está enraizada en la angolana, pues muchos de los esclavos que se traían provenían de allí. Es como un primo lejano. De hecho, su lengua oficial es el portugués.

En fin, es la cruda realidad angolana. El dueño del coche de la foto seguro que había bebido una copa demás, o a lo mejor no: creo que no hace falta estar borracho para hacer semejante espectáculo con el tráfico que hay.

Os dejo la canción de Fito y Fitipaldis "Viene y Va". Probad cantarla mientras pensáis en un montón de coches chocándose frente a frente con un montón de gente gritando, mientras en el fondo explotan minas una a una como en las Fallas de Valencia.



Por cierto, una de las fotos que subí es de una gasolinera. ¡Eso sí que es tecnología, higiene y seguridad!

jueves, 4 de febrero de 2010

¿Espíritu competitivo, o interés?


Todos somos conscientes de la enorme cantidad de competiciones que se anuncian en universidades, centros polideportivos, institutos y colegios. Hay de todo: las olimpiadas de matemáticas, física, ortografía, química e incluso de filosofía; los torneos y campeonatos de todos los deportes; los certámenes de literatura... Y a muchos nos habrá entrado el gusanillo de competir contra una multitud de gente más o menos capacitada que nosotros para obtener el codiciado premio, que puede ser desde un diploma o trofeo, pasando por los objetos de valor, hasta el dinero en efectivo.


Uno se pregunta porqué se iba a gastar el dinero en eventos como éste el Estado o las grandes empresas. Si visitais las páginas oficiales de estas competiciones, lo primero que os vais a encontrar es una justificatoria: para impulsar el gusto por la lectura y escritura, para fomentar el espítitu competitivo o crítico de los jóvenes... Promover, provocar, alimentar, avivar, inducir y animar son las palabras que más suelen aparecer en esos textos. ¡El mundo entonces parece maravilloso! ¡Cómo se preocupa la humanidad por mejorarse!


Pero en una moneda, dónde esté la cara, está la cruz, y aquí se presentan los inconvenientes. Por un lado, me parece una pena que en toda competición tenga que existir una recompensa. El concepto de satisfacción personal es algo que ha quedado relegado a un segundo plano, que se suele utilizar como premio de consolación o como arma de falsa modestia dependiendo del resultado. El deseo materialista se ha hecho con nuestro calificativo moral, que concluye que las cosas de mayor valor es por las que se debe de hacer mayor esfuerzo. Por poner un ejemplo: se nos desafían a dos torneos: el primero de un premio moderado y el segundo de un premio descomunal. Sin dudarlo, nos esforzaremos más por ganar el segundo que el primero, pero alguno me podría decir: "Te equivocas. Uno se esforzará más porque sabe que los otros también lo harán". Es verdad, pero se sabe que los demás se esforzarán más porque ellos querrán hacerse con el premio. Es algo que ya suponemos, y que en realidad no nos debe de extrañar: la avaricia es una derivación del instinto de supervivencia. ¡Necesitamos hacernos con el premio, la pasta!


Por otra parte, hay otros premios de los que no se hablan que también se codician, a saber, fama, reconocimiento, admiración... No solo por parte del competidor sino por los que indirectamente también compiten con él, quienes el competidor representa. Por ejemplo, el alumno y el instituto, el equipo de rugby y su universidad, un jugador de fútbol, su liga y hasta su nación... Aqui ya no se trata de satisfacción personal, estamos hablando de intereses. Cuando alguien lee un artículo sobre cualquier institución, comprueba como nadie se olvida de mencionar que "ha tenido varios miembros galardonados con x premios". Y aquí es donde verdaderamente se derrumba el fundamento de las competiciones.


Puesto que es el mundo que mejor conocemos, pongamos por ejemplo a los institutos y a las olimpiadas. Antes de la convocatoria, nuestros profesores nos proponen participar en la competición. Para empezar, muchos ya se echan atrás por miedo, cobardía, o por complejo de inferioridad, y en casos especiales, porque de verdad no les interesa sacarse unos cuartos. Aquí ya falla el pretexto de impulsar ese espíritu competitivo: no alcanza a todos los jóvenes. Luego están los que se presentan que pueden ser los que se creen capaces y los que ven que "no pasa nada por intentar", que raramente consiguen algo. Por último está el juicio del profesor que puede o no coincidir con el del instituto, es decir, ante los candidatos, vuelca sus preocupaciones hacia el que mejor posibilidades tiene de ganar. Lo importante es quedar bien y dar buena imagen, ¿no?


Después de todo el dinero gastado ¿se ha conseguido o se está consiguiendo algunos de los objetivos de las competiciones? ¿Cómo hacer para que participen más personas? ¿Debemos hacer mención sólo a los primeros puestos? ¿De verdad un instituto se puede juzgar por la cantidad de olimpiadas ganadas por sus alumnos? ¿qué tiene que ver el instituto con la satisfacción personal del estudiante?

Si es que por mucho que te esfuerzes, la gente pretende cortar el pan con una cuchara.